El brillo de los ojos

02.05.2015 20:36

Cuando nos sentimos felices, ¿reflejamos la felicidad? Creo que no necesariamente mostramos nuestra mejor cara a pesar de sentirnos felices. Puede ser una cuestión hormonal (al menos en nosotras las mujeres), o a veces física. Es posible que nos sintamos físicamente exhaustos, o que estemos con el síndrome premenstrual (chicas, no podemos negarlo). Por otra parte, y a pesar de nuestra mala cara, si realmente nos sentimos felices sucede algo asombroso: una emoción inexplicable nos invade. Surge esa fuerza interior que nos hace invencibles. Podríamos estar días y días extremadamente motivados sin apenas dormir un par de horas.

Todos los seres humanos hemos vivido alguna vez esa emoción. Más que alguna vez, diría que muchas veces a lo largo de nuestra vida. ¿Cuándo? Creo que la respuesta más votada será la de “cuando nos hemos enamorado”. Estoy de acuerdo. ¿Pero sólo entonces? Pensadlo un poquito más… Tal vez cuando hemos comprado algo material que nos hacía muchísima ilusión, cuando hemos comprado los billetes para irnos de vacaciones al país de nuestros sueños, cuando el médico nos ha comunicado que estamos curados, o cuando por fin nos quedamos “embarazados”. Podría enumerar cientos de momentos felices que nos han llenado de una fuerza interior misteriosamente fuerte, invencible, insuperable. Nuestra fuerza, nuestro ser en su pura esencia, la sonrisa de nuestra alma.

Con el tiempo he averiguado que todo lo que acabo de enumerar en el párrafo anterior produce una felicidad absoluta pero no permanente. Es decir, produce una “gran” felicidad “temporal”. ¿Por qué? Porque son eventos temporales con un principio y un fin. Si un sentimiento se basa en un acontecimiento que está destinado a tener un fin, el sentimiento tendrá también un fin. No podemos estar comprando cada mes un coche nuevo, o una casa nueva. Una vez el médico nos confirma que estamos curados, no esperamos que nos lo vuelva a confirmar, salvo que volvamos a estar enfermos… Cuando nos quedamos “embarazados” por primera vez es insuperable, y tal vez lo sea también por segunda vez, pero llegará un momento en que no nos hará demasiada gracia.

¿Y qué pasa cuando nos enamoramos? Todos sabemos que el enamoramiento tiene un principio y un fin. El enamoramiento se transforma en un sentimiento mucho más tranquilo, sencillamente porque la naturaleza es sabia y de no ser así, no podríamos vivir con tanto amor. No comeríamos, no dormiríamos, no seríamos capaces de trabajar… en fin, sólo viviríamos para estar atontados mirando a la persona amada. Pura ciencia. Tan pura como la naturaleza misma.

Mientras tanto el brillo de nuestros ojos aparece y desaparece. Aparece y desaparece. Conozco personas que siempre han tenido un brillo especial en los ojos, pero lamentablemente la rutina de nuestras vidas ha conseguido eliminar por completo ese precioso brillo. ¿Son felices con sus vidas? No lo sé. Ellos dirán que sí. Yo tengo mis serias dudas. Siempre me he sentido tentada en preguntarle a alguna de mis amigas más íntimas de si se ha dado cuenta de que ya no le brillan los ojos. Nunca lo he hecho porque pienso que podría remover sentimientos que no debo remover, porque no están bajo mi responsabilidad, y porque no tengo ningún derecho a cuestionar la situación personal de nadie.

Sin embargo pienso que hay una manera de mantener el brillo de los ojos. Una única manera, no más. Obviamente está vinculada al amor, pero no al amor de pareja, sino al amor hacia uno mismo y hacia lo que llena el espíritu. Vivir en el fluir de nuestras pasiones y talentos, sentirnos plenamente realizados con nuestra propia esencia nos proporciona una felicidad absoluta y permanente, que nadie podrá arrebatarnos. Cuando alcanzamos este estado nos convertimos en mejores personas, más agradecidas, más bondadosas, más alegres y todo comienza a encajar a nuestro alrededor. La gracia llama a la gracia, el amor por nosotros mismos invoca al amor hacia otras personas y atrae más amor hacia nosotros.

No depositemos la tremenda responsabilidad de nuestra felicidad en un objeto o en una persona. No lo hagamos. Si caemos en esa trampa haremos mucho daño a otras personas y seguiremos estando vacíos. Nuestros ojos seguirán estando apagados, esperando a que sean engañados con una felicidad temporal que inevitablemente morirá. Tarde o temprano morirá y lo habremos matado nosotros mismos, por no haber sabido hacer brillar nuestros ojos desde lo más profundo de nuestro ser.

Es precioso que de vez en cuando nos brillen los ojos. Es precioso que alguien haga que nos brillen los ojos. Es precioso que hagamos brillar los ojos de otras personas. Pero debemos ser conocedores de que la llama se apaga una vez se consume la vela… y si optamos por poner una vela cada día… mejor pongámosla nosotros mismos, seguro que nunca se nos olvida la tarea… por nuestra propia felicidad.

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