Hace una semana comencé a leer un libro que hacía unos meses que lo había descargado. Estaba a la cola, esperando a que llegara el momento para destaparlo. Curiosamente, sólo con leer la introducción supe que había hecho bien en esperar. La artista narraba su historia desde su apartamento en el West Village de Manhattan, a las orillas del río Hudson y a dos calles de Broadway. Por suerte pude imaginarme con perfecta claridad los lugares y las vistas que describía, ya que el verano pasado estuve rastreando la gran ciudad durante quince intensos días.
Llevo leído apenas un 10% del libro, y ya he encontrado en él dos expresiones magníficas. Desde mi punto de vista altamente inspiradoras. La autora narra el momento en el que le surgió la idea repentina de enseñar a las personas que querían ser más creativas en sus vidas, a desbloquearse. No era algo que había planificado, pero la idea le brotó mientras caminaba por una calle estrecha del West Village. Todos los que conocen Manhattan saben que este barrio en particular acoge un número elevado de artistas que trabajan a tiempo parcial en otras ocupaciones para poder dedicarse realmente a su pasión. Hay multitud de camareros que esperan acabar su turno para comenzar a vivir. Indudablemente en el aire se respira todo ese arte, la creatividad, el talento, la ilusión, la frustración… que estas personas van dejando como una estela tras su paso.
La autora describe ese momento especial de lucidez en su vida como una consecuencia de haber percibido la frustración de algún artista revoloteando en el aire. El aire del West Village debe estar plagado de frustraciones de artistas que buscan desesperadamente desbloquearse y hacer fluir su creatividad. Ella respiró de ese aire y despertó. Me encantó la estampa de ese momento y la sencillez con la que lo describe.
Más adelante, cuando habla del fluir de la creatividad, del Creador y de nosotros mismos como hilos conductores de ese milagro, utiliza una fórmula mágica para destruir el ego. “Quítate de en medio”. Así es, quítate de en medio. Nosotros no somos la creación, ni siquiera somos el creador. Sólo somos el canal transparente, ligero e inmensamente receptivo que nos ayuda a captar la maravilla que nos pertenece por nuestra pura existencia, y a plasmarla en arte. Sin más. Sin la necesidad de entenderlo, sin el privilegio de ni siquiera cuestionarlo.
El milagro debe fluir a través de nuestros sentidos, y cobrar vida en este mundo palpable. Sólo entonces habremos cumplido con nuestro deber en esta vida, y sólo entonces nuestra existencia tendrá un sentido absoluto.
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