El día de la reflexión y la inflexión

29.05.2016 20:34

Iba caminando al trabajo. Todo apuntaba a que iba a ser un día caluroso. Llevaba el cabello húmedo. A estas fechas me permito el lujo de no usar el secador de pelo. La verdad es que prefiero no tener que hacerlo. Además de ahorrar tiempo, gano en salud para mi pelo y puedo ir fresquita de paseo. Iba por la primera canción, como cada mañana, bien escogida entre mi extensa colección "mestiza". No tengo categorías ni carpetitas para la música. Todas las canciones suenan de forma aleatoria, comenzando por un rock clásico de los años ochenta y acabando con un nocturno del gran maestro Chopin.

Antes de llegar al segundo paso de cebra un pensamiento fugaz se detuvo en mi mente. "¿De qué me siento orgullosa?". Si miro hacia atrás en mi vida, ¿qué experiencia o parte de la existencia hace que refleje una sonrisa en mi cara con la misma fuerza que sé que lo hará cuando abandone este mundo? No tenía ninguna duda: mis andanzas por el mundo. Me lo he pateado (y lo seguiré haciendo) con tanta pasión que no existe para mí mejor pasado ni mejor presente de nadie que pueda desear con más ahínco que el mío propio.

Curiosamente este sentimiento me recuerda al que se tiene cuando se conoce a una persona con quien se inicia una relación amorosa: cuando era más jovencita siempre tendía a pensar que él tenía más pasado que yo (daba igual quién era "él"). Pensaba que probablemente habría hecho cosas más interesantes que yo en la vida. Recuerdo el 13 de Agosto de 1995. Estábamos de sobremesa en casa. Mi hermana ya se había levantado de la mesa pero quedábamos mis padres y yo. Hacía un sol radiante. Ese día era especialmente profundo para mí porque era el cumpleaños del chico con quien estaba teniendo una bonita historia en el instituto, aunque en ese momento sabía que nunca más volvería a verle (cosas de adolescentes). 

Fue un día de reflexión... y de inflexión. No sé cómo salió la conversación, ni siquiera recuerdo si hubo algún tipo de conversación. La cuestión es que les dije a mis padres... "tengo 18 años y no he hecho nada interesante en mi vida". Así sin más. Mis padres se me quedaron mirando atónitos. Siempre les escuché decir de mí que era una niña extremadamente ocurrente, cualidad que actualmente mantengo intacta en mi "propiedad intelectual", aunque ahora más bien lo llamo "inspiración" en lugar de "ocurrencia". Efectivamente me sentía "niña". Una niña con poco que contar. Mi padre me miró con esos ojos que me ponía cuando alguna ocurrencia mía le hacía gracia pero prefería contenerse (reconozco que yo tengo la misma mirada). Seguí hablando... "hay personas que pasan mi edad viviendo en una ciudad, es decir, 18 años, y eso sólo es una pequeña parte de su vida". Mi padre me preguntó qué era lo que quería hacer y no supe responderle. Supongo que no supe responder a esa pregunta durante los siguientes quince años (me río).

Aquel 13 de Agosto de 1995 cambió mi vida. Cambió porque sentí en lo más profundo de mí que tenía que cambiar. Y tanto que cambió. Ese mismo mes conocí al que iba a ser mi primer novio formal; el mes siguiente comenzó mi época fiestera que duró muchos años. Una época que disfruté hasta decir basta. Cada semana recibía una bronca en casa, por llegar tarde, por no llegar, o simplemente por las condiciones en las que llegaba... pero como mantenía un nivel digno en mis estudios, no hizo falta tomar ninguna medida drástica.

Me convertí en una adolescente rabiosamente rebelde. Ahora que repaso mentalmente mis memorias me alegro de ello. Bailé y me divertí hasta hartarme. Las noches se me quedaban cortas. No existía el frío en mi mundo nocturno. Experimenté muchas cosas y aprendí de todas ellas. Hoy por hoy me siento orgullosa de haberle dado un vuelco a mi vida aquel 13 de Agosto de 1995. Me alegro de haber sido rebelde y me alegro de haber tenido novios poco recomendables. Gracias a todo ello me río y pienso: "que me quiten lo bailado". Cuando agoté toda mi rebeldía y se acercaba la hora de hacer algo decente, me fui de mi pueblo. Esa fue la segunda mejor decisión que tomé en mi vida.

Ahora cuando conozco a otra persona ni de lejos pienso que su pasado es más interesante que el mío (eso no significa que no pueda serlo). Aunque parezca un sinsentido, este sentimiento de realización personal otorga una gran autoconfianza; la suficiente como para no preguntarme sobre el pasado de nadie. No siento la necesidad de saber lo que han hecho o han dejado de hacer otras personas. No siento ninguna curiosidad sobre sus ex novias ni de sus suculentas historietas ni de sus noches locas. El resultado de todo su pasado lo tengo delante y para mí eso es más que suficiente. Y creedme que el presente de una persona habla mucho de su pasado. No me hace falta ir más allá de lo que la misma persona desee expresar.

Amigos y amigas, la satisfacción personal y la realización vital nos dan tanta confianza en nosotros mismos que cualquier sentimiento negativo relacionado con los celos, las envidias y el cotilleo desaparecen. No forman parte de nuestra vida. Han perdido todo poder sobre nosotros hasta tal punto de no llegar a comprender la influencia que ejercen sobre otras personas.

El 29 de Mayo de 2016 puede ser un gran día de reflexión y de inflexión... ¿te atreves?

—————

Volver