Hace tan sólo un día llegué del otro lado del charco. Estuve dos semanas desplazada por motivos laborales en la ciudad del tango y del mate. Fue mi primera visita. La gente de allí es maravillosa e inexplicablemente encantadora. No acabo de entender qué es lo que hace que sean tan pacientes y alegres.
Su política económica es visiblemente nefasta. Un exceso de populismo ha degradado los cimientos económicos del país, hasta el punto de que el pueblo no confía en las instituciones públicas ni en las entidades financieras. Guarda su “plata” en casa, y si son dólares o euros mejor que mejor. Los índices económicos oficiales no tienen nada que ver con la realidad del país. Existe un tipo de cambio “blue” que es el que realmente sostiene la realidad económica, y hace posible la convivencia diaria. Los bancos locales apenas dan divisa. Los grupos de música internacionales ya no dan conciertos en el país porque no se les paga en divisa, únicamente en moneda local, así que… o bien lo gastan todo durante su estancia (cosa que no tiene sentido) o bien deciden no actuar allá.
Las tiendas de ropa, alimentación y restaurantes manejan precios desorbitados. Los salarios de los ciudadanos no están a la altura de su coste de vida. No obstante, la cesta de la compra “oficial” parece estar muy a su alcance. Otra mentira populista más. Cada mes sufren subidas de precios en los productos más básicos. La gente sale a la calle con un fajo de billetes sin saber qué es lo que esta vez les pedirán por un café o por un cartón de leche en el supermercado. No saben lo que es caro y barato. Prefieren vivir al día, y no plantearse siquiera qué será de sus jubilaciones.
La seguridad en la ciudad deja mucho que desear. La policía local está corrupta, así que es probable que miren hacia otro lado cuando necesites su ayuda. Los barrios que tienen encanto no pueden ser visitados a pie, ya que en cualquier momento puedes ser atracado sin miramientos, y a estos delincuentes les importa bien poco una vida humana. Todas las personas que conocí en mi lugar de trabajo habían sufrido alguna vez algún incidente violento en su vida. Un buen indicador para evaluar el nivel de seguridad de un lugar.
Durante nuestra visita turística el fin de semana pudimos comprobar que las recomendaciones que recibimos no eran exageradas. En un alarde de inconsciencia, por la falta de costumbre en suponer lo peor, nos dimos un paseo desde Puerto Madero hasta el barrio de San Telmo. En el camino transitamos calles vacías que hicieron saltar nuestras alarmas en un par de ocasiones. Nos cruzamos con un grupo de personas que estaban demasiado colocadas para “actuar” contra nosotros, y gracias al universo, un compañero se percató de que otra persona nos estaba persiguiendo acortando cada vez más la distancia para sorprendernos en un rincón. Aligeramos el paso hasta adentrarnos en un grupo de turistas, y pudimos observar cómo este delincuente se escondía en un portal sólo a un metro de nosotros. Al llegar a una plaza concurrida respiramos aliviados.
A la vuelta en el hotel reflexioné una vez más sobre el valor de la libertad. No la apreciamos hasta que la perdemos. Pasear libremente es un privilegio del que no todas las personas disfrutan. Aunque tengan medios para vivir bien, se acostumbran a vivir con límites, a vivir con miedo, con inseguridad. Cada día es un nuevo reto de supervivencia en ocasiones, y de incertidumbre en cualquier caso. Me siento afortunada de vivir en libertad.
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