Hoy os quiero hablar de la satisfacción que nos generan los pequeños triunfos. A todos nos gusta triunfar en la vida pero parece que el ser humano no está especialmente programado para aceptar retos difíciles. No obstante, en ocasiones y en contra de nuestra voluntad, nos vemos atrapados en una carrera por la consecución de objetivos sumamente difíciles. Dada la situación no tenemos otra mejor opción que sacarle partido (espero que escojáis tener esta actitud).
A veces observo cómo mis compañeros de trabajo finalizan su tarea apenas sin darse cuenta y de forma prácticamente autómata, mientras yo vivo un auténtico calvario sólo para que mis interlocutores en los países de los que soy responsable consigan responderme a una mísera consulta. No diré que gracias a esta situación me he dado cuenta de la importancia de no compararnos con nadie, y de seguir nuestro propio camino a nuestro ritmo. Luchar por ser mejores cada día, superar nuestros propios límites (no los de otros) y no mirar alrededor... son para mí las tres claves del éxito.
Esta lección ya la aprendí al darme cuenta de la frustración que me generaban los programas de televisión en los que se trataba de incrementar la audiencia a costa de romper los sueños de los jóvenes talentosos que veían la puerta del triunfo en este tipo de programas. Nunca quería pararme a verlos actuar, cantar, bailar... hasta que un día me pregunté a mí misma por qué cambiaba de canal con tanta rapidez. Por supuesto todas las respuestas sobre actitudes de evasión, represión o de indiferencia apuntan a cuestiones de miedo. Supe que tenía miedo de contaminarme de las palabras de desaliento que recibían muchos artistas que desde mi punto de vista lo valían. Entonces aprendí que tenía que ponerme parches en los ojos y seguir caminando por donde el corazón quería llevarme.
En el trabajo no me preocupa haberme convertido en la rezagada en algunos temas que dependen de mis interlocutores extranjeros, ya que siempre me acompañarán dos satisfacciones: la primera, el saber que los jefes pensaron en mí para que mejorara la situación (en parte me llena de orgullo); la segunda, el saber que mis países serán un ejemplo a seguir en cuestión de tiempo. Estoy convencida de ello (una de las claves del éxito). Ahora miro a mi alrededor, y aunque hay días frustrantes, me satisface el poder celebrar los pequeños triunfos que mis compañeros ni siquiera perciben, simplemente porque no tienen la oportunidad de vivirlos y mucho menos de celebrarlos.
La satisfacción de haber resuelto un problema cotidiano, un malentendido tonto. El orgullo de haber conseguido poco a poco ganarme el respeto de mis interlocutores predicando con el ejemplo. Mis queridos lectores y lectoras, la dificultad nos abre infinitas puertas a la felicidad. La dificultad nos enseña lo importante que es la tranquilidad, la ansiada calma. La dificultad nos hace crecer, nos hace salir fortalecidos de las situaciones adversas, nos convierte en niños que sonreimos ante cualquier detalle insignificante para el resto del mundo, pero que a su vez supone una auténtica victoria en nuestro campo de batalla.
Ayer me di cuenta de la cara de sorpresa e incredulidad que me puso un compañero de trabajo cuando le conté con los ojos completamente iluminados y con una sonrisa que no podía disimular, que por primera vez en nueve meses había conseguido llevar a cabo una tarea en concreto. La verdad es que también fue un mensaje bonito por su parte mirarme de esa manera, pues hizo que la satisfacción fuera todavía mayor. Me hizo darme cuenta del valor de los pequeños triunfos y de cómo unas circunstancias objetivamente difíciles, adversas y no deseadas por nadie, pueden llenarnos de luz, de crecimiento y de alegría.
Tengo otra buena noticia para los que decidimos asumir dificultades y retos de todo tipo: hay premio asegurado. Es un círculo que se retroalimenta. En la medida en que somos capaces de ver los pequeños avances y de celebrarlos, ganamos confianza en nosotros mismos, provocando en nuestro interior una nueva fuerza para volver a la carga con más ahínco. Al final no queda otra opción que el triunfo.
El mensaje que extraigo de mis experiencias es que las adversidades nos proporcionan la oportunidad de cambiar a mejor algo que no funciona. Nuestra fuerza interior marcará la diferencia entre el "fracaso" y el triunfo, y nuestra fuerza interior no es más que el resultado puro de la autoestima y de la confianza en nosotros mismos.
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