Entendiendo la compasión

08.05.2016 00:02

Terror a la página en blanco o pánico a no volver a capturar una melodía del aire. ¿Es el universo el que nos mantiene siempre a prueba o es acaso nuestro cerebro que no deja de fastidiarnos? En realidad creo que es un mecanismo de autosuperación para que no nos estanquemos, para que sigamos vibrando con lo que nos hace felices y no nos olvidemos de nuestros talentos. En definitiva, es la manera natural de que nuestros sueños se cumplan, sin varitas mágicas.

Hace unos minutos estaba mirando la pantalla del ordenador. Pensaba en todos los momentos inspiradores que había tenido a lo largo de la semana y cuyo rastro no pude estampar en mi blog, por no encontrarme frente al ordenador o por no disponer de papel y boli. En un intento por recuperar las mejores ideas, me ha invadido un gran sentimiento. El sentimiento que en ocasiones y de forma inesperada me acecha en cualquier lugar: la compasión.

Desde mi punto de vista la compasión siempre ha sido un sentimiento con un matiz negativo, digamos que despectivo. Las veces que sentía compasión por alguien era como si la persona en cuestión fuera un "caso perdido", sin ninguna posibilidad de recuperación, por lo que automáticamente cobraba una categoría inferior en mi mente en todos los aspectos posibles de la vida. Cualquier mal gesto, conducta indebida e incluso insulto que pudiera venir por su parte hacia mi persona no era "digno" de consideración. Dicho en otras palabras, me resbalaba tremendamente hasta el punto de darme auténtica lástima. En mi opinión este tipo de compasión encierra un matiz despectivo.

Sin embargo esta semana he vivido tres momentos impresionantes en torno a la compasión. La primera experiencia fue en mi servicio de voluntariado. Me encontraba de pie en la sala principal de la unidad de tratamiento y tenía a seis personas enfermas en mi campo de visión. Algunas estaban acompañadas y otras se encontraban solas mientras recibían su dosis. Me fijé en la mirada y en la imagen que cada una de ellas pretendía reflejar mediante una estética personalizada. Había un señor con una visera juvenil, con un punto rebelde. El señor no presentaba signos de calvicie, así que pensé que claramente era un rasgo característico de su personalidad. Miraba a su alrededor con cierta desconfianza. Sus ojos mostraban una disposición a defenderse de cualquier adversidad que fuera a darse en el entorno.

En un lateral de la habitación se encontraba una señora rodeada de su hijo y de su nieta. Su rostro serio marcaba una expresión aparentemente típica de ella, con dificultades para sonreír. Parecía una mujer dura por fuera, pero tremendamente sensible por dentro. Pensé que tal vez no sonreía por no ceder ante algo que ni siquiera ella sabía lo que era. Me sentí identificada por un instante. Justo al otro lado de la habitación se acababa de sentar una mujer de algo más de sesenta y cinco años. Bien vestida y bien cuidada. La piel de su cara lo decía todo. Su maquillaje era discreto, elegante. Aquella mujer probablemente tuvo una buena educación. Me observaba a lo lejos con cierta curiosidad aunque sin transparencia emocional. No era capaz de deducir si sus emociones hacia mi servicio eran positivas, neutrales o negativas. Parecía respetuosa, reservada, pero al mismo tiempo muy segura de sí misma.

A todos ellos les unía una misma enfermedad. Distintas vidas, familias, educaciones dispares, diversas edades, caracteres... y a pesar de todo ello allí se encontraban todos juntos, en la misma habitación, enganchados a las mismas máquinas y con las mismas esperanzas, decepciones e ilusiones frente a la vida. Sentí una tremenda compasión. Una compasión positiva, llena de amor, de cariño. Me invadió un deseo de acercarme a cada uno de ellos, darles una palmadita en la mejilla y decirles: "¡Eeeeeeey! ¿Qué pasa?". Era como si estuvieran atrapados en sus respectivos papeles terrenales y se hubieran olvidado de la "realidad". Verdaderamente estaban atrapados en sus cuerpos físicos, nunca mejor dicho. Su vida aquí se encontraba en serio peligro precisamente por su condición terrenal. Por todo ello y por sus miradas sentí una gran compasión.

La segunda experiencia en torno a la compasión la tuve con una persona discapacitada con la que cada día que voy coincido en el gimnasio. Desconozco el alcance de su discapacidad, más aún en lo que se refiere a las capacidades intelectuales y cognitivas. Sólo puedo observar su dificultad para caminar. Camina dando pasitos minúsculos y continuados para poder avanzar. Su apariencia es muy joven y risueña. Siempre se le ve contento. Lo que más me llama la atención es que es cuidadoso con su estética. Suele combinar con cierto gusto su vestimenta e incluso se preocupa de que los cascos que lleva para escuchar música encajen con los cánones de la moda actual.

Me encontraba en la bicicleta estática cuando me di cuenta de su llegada. Se acercaba muy lentamente. Llevaba los cascos de música y un chaleco de traje por encima de una camisa blanca. Me emocioné al ver sus ojos vivos observando con entusiasmo la zona de fitness. Por un instante traté de imaginar el tiempo y el esfuerzo que dedicaba aquel chico cada día para venir al gimnasio caminando desde su trabajo o desde su casa. Un escalofríos me recorrió todo el cuerpo, desde el ombligo hasta la garganta. Una vez más sentí una profunda compasión llena de amor y buenos sentimientos.

La tercera experiencia la he vivido hoy con un compañero de trabajo. Es una muy buena persona, aunque bastante impulsiva y quejica. Cuando se siente amenazado le gusta meterse con los compañeros en voz alta, convirtiéndonos en el espectáculo de todo el departamento. No siempre mide adecuadamente sus palabras y desde luego no modula de forma precisa el tono de su voz. No obstante es una buena persona.

Esta mañana me lanzó un ataque frontal en el que bromeaba con mi desempeño y con mi edad. Sinceramente, no me lo tomé a mal, sólo que el tono de su voz fue muy elevado, así que inconscientemente me sentí en la obligación de cerrar aquel juego público. Le respondí bromeando de la misma manera, aunque en un tono más bajo, lo que hizo que pareciera cruel. Se me quedó mirando por encima del ordenador, tratando de buscar en mi mirada una pizca de humor. Fueron tres segundos. Sentí una indescriptible compasión. Le sonreí. A pesar de ello me quedé con sus ojos heridos grabados en mi alma.

Era un juego de igual a igual, sin embargo me invadió un profundo sentimiento de arrepentimiento. Entendí que cada uno somos como somos, y que no por ello debemos respondernos con la misma moneda. 

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