Gracias a la cabezonería

15.05.2016 16:34

Recuerdo una entrevista de trabajo hace exactamente diez años. Había pasado con éxito la prueba psicotécnica y la entrevista inicial con la psicóloga del departamento de Recursos Humanos. En aquel tercer encuentro estaba sentada frente a quien sería mi jefe, un hombre joven aunque mayor que yo. Llevaba gafas, vestía un traje de corte clásico con una camisa azul claro y corbata azul marino con rayas diagonales de un tono más vivo. Todos estos detalles los guardo en mi cerebro ya que superé las pruebas y trabajé con él durante cinco años. Durante ese tiempo me di cuenta de que aquella vestimenta se volvía rutinaria.

Recuerdo con especial cariño una pregunta que me hizo, muy típica por cierto, pero supongo que la combinación de la pregunta con la respuesta fue lo que logró grabar un sello en mi memoria. Quería que le hablara de tres de mis defectos. No recuerdo los tres que escogí, pero me quedé con uno. Le dije que la gente me decía que a veces era muy cabezota. Él, sorprendido y al mismo tiempo sonriente, quiso que le aclarara por qué consideraba que ser cabezota era un defecto. Le aclaré que las situaciones en las que algunas personas me lo habían dicho no habían sido situaciones armoniosas, sino más bien conflictivas o algo tensas. En consecuencia siempre lo relacioné con un defecto. Más tarde me di cuenta de que su perplejidad ponía de manifiesto su propia defensa.

Diez años después acabo de verle el punto positivo a ser cabezota. Si hay algo que no me gusta y está en mis manos cambiarlo, lo cambio. Si quiero conseguir algo, voy a por ello. No siempre lo consigo, o al menos de forma inmediata, pero no paro hasta quedarme satisfecha con el resultado. Cuando nos hacemos mayores y necesitamos vivir satisfechos con nuestra vida coge una gran relevancia ser "cabezota". Ser cabezota me permite no sólo soñar sino actuar. Me permite desear, pensar, decir y actuar en consonancia. Ser cabezota me permite superarme cada día para ser mejor persona. Obviamente cada uno escoge cómo quiere ejercer su cabezonería, para hacer el bien o para hacer el mal.

El viernes tuve un día duro. Tenía que reportar unos informes para el mediodía. Dado que era la primera vez que me encontraba ante aquel tipo de informes y además los compañeros de los que dependía el cumplimiento de mi tarea se retrasaron en enviarme los datos que necesitaba, opté por cerrar el ordenador a sabiendas que no me iba satisfecha a casa. Podía haberme quedado toda la tarde trabajando pero en realidad no era tan urgente, así que plegué y me fui. La cuestión es que no me sentía satisfecha de mi desempeño. Llevaba cierta pesadumbre conmigo de fin de semana. Para colmo, por la tarde tampoco cumplí con otro de mis objetivos personales, así que cuando quedé con mi amiga para irnos de concierto os aseguro que tenía muchas ganas de desahogarme a lo loco.

La propia experiencia me enseñó hace tiempo que las noches locas te elevan al cielo por unas horas y te dejan caer por debajo del suelo al día siguiente. Me quedé dormida con las luces encedidas y la ropa puesta. Cuando me desperté a las cinco de la mañana el espejo de la verdad no me mintió: mi cara había sufrido un envejecimiento prematuro de cinco años (¿os suena la historia no?). Como suele ser los días después, me sentí fatal y me costó salir del bucle de "me estoy haciendo mayor". Salí a pasear y a reflexionar. Tenía que buscarle una solución a aquella "inevitable" situación. Apliqué mi cabezonería para darme cuenta de que aquel sentimiento desafortunado era realmente afortunado, ya que conseguí verlo como un toque de atención para hacerme saber de que estaba a tiempo de frenar mi envejecimiento (me río, supongo que igual que vosotros).

Probablemente estaréis pensando que nadie puede frenar el deterioro físico. Eso mismo pensaba yo hasta ayer por la tarde, aunque curiosamente descubrí que si dejaba de considerar la idea del envejecimiento como un axioma, es decir, si dejaba de considerar que era algo inevitable, mi mente se sentía liberada por la simple gracia de que podían existir alternativas varias. Cada persona guarda en su interior un punto de equilibrio que hace que se sienta satisfecha. Ese punto de equilibrio no es la perfección. Ese punto de equilibrio es sencillamente una referencia personal que nos permite actuar hasta llegar donde necesitamos llegar por nosotros mismos. Por nuestro orgullo, por nuestra dignidad y por nuestra satisfacción individual.

Ayer por la tarde, tras una jornada testaruda de buscar remedios y soluciones, conseguí todo tipo de información preventiva contra el envejecimiento: ejercicios específicos para los ojos, los pómulos, la boca... Remedios caseros para las ojeras, cremas de contorno de ojos, y por supuesto, mi más profunda reconfirmación de que la práctica diaria de la meditación, ejercicio físico, alimentación sana y descanso adecuado no tienen precio.

A lo largo de este proceso surrealista que ha durado cuarenta y ocho horas, he tenido un sentimiento de "callejón sin salida" y de que "no había vuelta atrás". Quería compartir con vosotros esta sensación tan indeseable que sólo se encuentra en nuestra mente si nosotros la ponemos. En el momento en que somos capaces de "ver" soluciones válidas con la suficiente fuerza para ejercer un poder sobre nosotros, se nos abren los horizontes, se nos amplía la mente, nos sentimos libres de nuestras propias limitaciones. Da igual cuál es el problema. He podido comprobar que cualquier adversidad en este mundo tiene una solución válida, salvo la muerte. Cada uno tiene que buscar su solución particular para seguir adelante y lucir totalmente radiante. Y todo esto... gracias a la cabezonería.
 

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