Inmersa en el mundo de los sentidos

25.10.2015 13:51

En la oscuridad de la noche, sentada en el sofá mirando las imágenes que pasan en la pantalla de la televisión, así suelo pasar las horas antes de irme a la cama. Acostumbro a quitar el volumen si no quiero apagarla pero no quiero prestarle atención. Una vela encendida frente a la imagen de Audrey. Miro a la bandeja plateada que hay en un tapizado rincón, entre el piano y mi sofá. Cojo la cajita que contiene el bálsamo perfumado de aromas tropicales de Honolulu. La abro, la acerco a mi nariz. En la oscuridad de la noche es como un torrente de placer directo a mis venas.

Mi mirada se clava en el búho que está en el suelo delante de un espejo apoyado en la pared. El búho recibe la escasa luz que se atreve a atravesar la persiana agujereada de las ventanas. Su imagen entremezclada con la tenue luz de las farolas de la calle es todo un arte. Mientras tanto pienso: si me dieran a elegir con qué sentido me quedo, ¿cuál escogería?

Recuerdo algunos momentos vividos gracias a todo lo que he podido ver a través de mis ojos. Amaneceres y puestas de sol, cataratas, acantilados, playas paradisíacas con aguas cristalinas, volcanes en plena actividad, olas que triplicaban mi estatura, mares y lagos congelados, puentes colgantes, fenómenos naturales que me dejaron sin habla, construcciones magníficas que no conseguí comprender cómo se diseñaron, animales que me han hecho reír hasta quedarme sin aliento, miradas de amor que consiguen que todas las células de mi cuerpo vibren … y un largo etcétera de lugares, seres y realidades. Los sentimientos que provocaron todos estos momentos en mí, han supuesto una fuente de inspiración y fuerza interna para reinventarme, para desarrollarme como persona, para conocerme. En definitiva, para ser feliz.

Pienso en todas las emociones que he experimentado a través de los oídos. Palabras de amor y odio que varían de tonalidad e intensidad, la música que nos hace volar y soñar sólo por permitir que entre por nuestros oídos a rozar nuestra alma, los suaves susurros de una voz en la que confiamos cuando las cosas van mal, el romper de las olas, el estallido de los truenos, el leve oleaje del mar, el canto de los pájaros, los lloros de los perros que nos suplican amor, las primeras notas de un piano a la luz de las velas, el primer acorde de guitarra que tocamos tras un largo viaje, las risas de los amigos y familiares que casi hemos olvidado… y el silencio. El poder aplastante del silencio. Si algo me ha hecho caer en un estado hipnótico y fluir en mi esencia, ha sido posible gracias a mis oídos.

El olfato. Soy muy sensible a los olores. Los olores tienen memoria para mí. Un aroma, un perfume, una ráfaga de olor… me trasladan automáticamente en el tiempo y en el espacio. Cada día río y lloro sólo por haber recordado un aroma, un matiz de olor que grabó mis emociones en mi cerebro tiempo atrás, otorgándoles intensidad. Otorgándoles el privilegio de no poder ser olvidadas jamás. Así es el olfato cuando se mezcla con los sentimientos. Imborrable. Creo que los recuerdos que mi mente conserva y que no consigo eliminar a pesar de mis esfuerzos, fueron tallados en piedra en mi cerebro cuando un olor se deslizó insinuante entre mis emociones. En mi mundo interior los olores son los sellos que estampan las experiencias y las convierten en eternas. Debo saber controlar de forma adecuada este sentido si no quiero sufrir en exceso. Me lleva de un extremo a otro de las emociones, sin pedir permiso, sin piedad. A veces he deseado poder borrar algunos recuerdos de mi memoria. Por otro lado, cuando echo de menos a alguien o algún momento pasado, tengo la capacidad de reproducir las escenas, palabras y sentimientos tal y como los almaceno en mi memoria para no sentirme triste y poder disfrutar una vez más de lo que añoro. Todo esto gracias al sentido del olfato.

El gusto. Lo asocio totalmente al olfato. Para mí el gusto no existe sin el olfato y viceversa. Añadiría tal vez la satisfacción que nos produce una buena comida, un deleite de sabores. Al contrario que el olfato y al igual que el tacto, pienso que el gusto nos da un placer inmediato. En mi caso personal no me sirve como fuente de inspiración, sino más bien como recompensa y por qué no, como vía de sanación en momentos invadidos por emociones exclusivamente negativas. Puede ser una receta mágica (nunca mejor dicho) para engañar al cerebro y segregar serotonina a raudales.

El tacto. Siempre he pensado que el sentido del tacto nos ofrece más ventajas de supervivencia que de disfrute. Si no tuviéramos tacto no seríamos capaces, por ejemplo, de diferenciar algo frío de algo caliente en nuestra piel, con las consecuencias que ello implica. No obstante, la piel es el órgano más bello que tenemos y el hecho de acariciarla nos produce un placer tan intenso que en ocasiones es incomparable a cualquier otra cosa. El sentimiento que nos provoca el tacto nos lleva  al placer, no a la inspiración. Es un placer directo e inmediato como el sexo, que no perdura en el tiempo. No obstante, si no estuviéramos expuestos al tacto seríamos seres muy fríos e insensibles. Un bebé necesita ineludiblemente el contacto físico con su madre para desarrollarse de forma saludable. Si priváramos a un bebé del contacto físico de su madre se convertiría en un adulto con serios problemas emocionales, y probablemente sería un ser incapaz de amar e incapaz de dejarse amar. Un claro ejemplo del beneficio que el tacto nos reporta es la sensación de bienestar que experimentamos cuando nos dan masajes o nos acarician el cuerpo. Es un antídoto para la tristeza y la depresión.

En conclusión, si tuviera que escoger uno, no sabría con qué sentido quedarme. Lo que sí os puedo asegurar es que ser conscientes de los que cada uno de ellos nos reporta, en lo bueno y en lo malo, nos sirve para conocernos mejor a nosotros mismos. Os invito a que profundicéis en vuestras sensaciones, que las experimentéis con plena consciencia y establezcáis vuestras preferencias. Una bonita tarea para la vida.

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