Cuando comencé a salir con mi ex no tenía claro si nos volveríamos a ver. Era un tanto extraño. Se acordaba de mí de vez en cuando, mientras yo cada día pensaba en él. Esperaba su llamada, su mensaje, su correo… cualquier cosa que viniera de él. Si lo llamaba, nunca le cogía en buen momento, así que entendí que era mejor esperar a que él quisiera hacerlo.
Miraba la guitarra que tenía en casa. Era su guitarra. Él me la había prestado para ir a las clases de guitarra que entonces comencé. Cuando pasaban muchos días sin saber de él, miraba la guitarra y pensaba que volvería, porque al menos tenía un motivo para volver: su guitarra. Esa fue mi esperanza durante muchos meses.
Ahora que hace tres años que lo dejamos, todavía tengo algunas cosas en su trastero. Siempre he pensado que ese trastero es la “guitarra”, la esperanza de volver a vernos, de volver a hablar, de mirarnos, de abrazarnos. La cuestión es que después de tanto tiempo sin mover ni un solo dedo por mí, no he podido más, y la esperanza de la “guitarra” se ha acabado. En realidad no necesito nada de lo que dejé en su trastero.
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