La incondicionalidad tiene un precio

17.11.2013 15:49

Llevaba casi 8 horas en el quirófano. Mi madre se estaba poniendo muy nerviosa y ya no nos quedaban argumentos para poder tranquilizarla. De pronto sonó el teléfono y mi madre respondió apresuradamente, aunque su voz transmitía miedo, mucho miedo. Tras asentir tímidamente un par de veces, se echó a llorar. Mi hermana me miró aterrorizada. Le dije que no, que no podía ser, que si hubiera ocurrido algo malo los médicos estarían con nosotras en la habitación, y no se les habría ocurrido comunicárnoslo por teléfono.

La operación había terminado. Resultó ser tremendamente complicada, pero mi padre luchó y allí estaba, en la UCI, todavía dormido pero estable. Al entrar en la sala donde se encontraba, todavía entubado e inconsciente, mi madre le acarició la cara, se la llenó de innumerables besitos y finalmente le cogió de la mano, mientras lloraba sin parar. Le pedía en voz baja que le gritara, que volviera a ser él mismo, que mostrara su genio... cualquier cosa antes que verle así, inconsciente.

Hace años que busco una muestra real del amor incondicional. Siempre que he mirado a mi alrededor he llegado a la conclusión de que no existe, que nadie ama de forma incondicional. El otro día me di cuenta de que tal vez mis padres no tengan una relación emocionalmente sana, desde mi punto de vista no da lugar a una convivencia saludable, para ellos ni para los que les rodean. No obstante, pienso firmemente que su amor es incondicional, se aceptan mutuamente y no conciben una vida el uno sin el otro, con lo bueno y con lo malo.

Miré a mi padre con auténtica compasión, y recordé que él jamás miró a ninguna otra mujer que no fuera mi madre. Para él no existen otras mujeres, son transparentes, y así ha sido desde que tengo uso de razón. Esa cualidad de mi padre no la he encontrado en ninguna otra persona sobre este planeta, y a pesar de todo lo malo que le rodea, le admiro por ello.

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