Todos tenemos un instinto de supervivencia. Sin embargo, cuando vemos que algunas personas permanecen impasibles ante una vida injusta, aguantando lo que nadie merece, no somos capaces de entenderlo. En cierto modo pensamos que este tipo de personas son cobardes, que prefieren no alterar su entorno por miedo a la incertidumbre de lo nuevo.
Es el dilema del suicida cobarde o valiente. El acto del suicidio, ¿es un acto de cobardía, o por el contrario, es un acto de coraje? Desde mi punto de vista es un auténtico acto de cobardía. Y es que el sentido común me dice que destruir es mil veces más fácil que construir. Digamos que es un acto más impulsivo, poco elaborado, subdesarrollado, y que cualquier ser en el planeta “sabe” cómo poner fin a la vida. No hay nada inteligente ni admirable en el suicidio.
Dicho lo anterior, la resignación de las personas ante una vida que no les toca, es un auténtico acto de cobardía. A pesar de ello, hay quienes llegan a ser magníficos seres humanos precisamente bajo estas circunstancias. Y ese curioso efecto de superación emocional es lo que me resulta francamente admirable.
Este fin de semana estuve leyendo un libro que hablaba de “enfocar la atención”. La escritora narraba la vida de su abuela, entre tintes más bien oscuros, para remarcar a su vez la clave de su felicidad. Enfocar la atención en los detalles. La economía familiar era un auténtico desastre, siempre al borde del precipicio; su marido era un ser indeseable y patético; la salud no acompañaba en el viaje. Pero los tulipanes de su jardín florecían una semana antes de lo previsto; este año los pájaros anunciaban tarde la primavera; la lagartija del desván por fin ha encontrado el agujero que hay detrás de la escalera para poder cobijarse.
Ahí fuera la vida es terrible, pero aquí dentro fluye. Fluye como la mismísima naturaleza. Todo sigue en orden. Ayer se murió un ser querido; mañana tal vez nos echen de nuestro hogar. Pero ahora mismo estamos aquí. Respiramos. Físicamente nos sentimos bien. En nuestro alrededor los objetos no salen volando, no. Permanecen quietos, tranquilos, en calma. A la lagartija parece no importarle el caos del exterior. En fin, el mundo sigue en su sitio y el universo está en equilibrio.
Cuando enfocamos nuestra atención en el ahora, es cuando relativizamos los “problemas” externos. Nada de lo que surja en el exterior debe poder alterar nuestra paz interior. Y nuestros animales, nuestras plantas y nuestras estrellas son nuestros guías.
Los pequeños detalles de la vida son nuestro chaleco salvavidas. Ahora y siempre. No obstante quiero ir un poquito más allá: nos ponemos el chaleco, nos declaramos supervivientes. ¿Y ahora qué? ¿Seguiremos con el chaleco puesto hasta el final de nuestros días, observando descorazonados el inmenso océano desde la orilla… o, lo mantendremos a mano mientras nos lanzamos al agua y nos dejamos llevar por la dulce corriente de la vida?
Reflexionemos.
—————