La magia emocional existe

24.06.2013 12:13

Es una reacción bastante común quedarnos maravillados por algo que hemos leído, y después de un rato dándole vueltas en nuestra cabeza, pensar que no es tan fácil como parece y que eso no nos sirve para nada.

He vivido esa sensación en multitud de ocasiones. Sin embargo, esta semana me he dado cuenta de que todo aquello que un día resonó en mí, permanece en mi interior, como una semillita bien sembrada, en el momento oportuno y en el lugar oportuno. El día menos pensado parece que la semilla da sus frutos, y es que no he sido consciente en todo este tiempo de que alrededor de la semilla he ido creando las condiciones óptimas para que los frutos sean un milagro de la naturaleza, de mi propia naturaleza. Y su llegada, un acontecimiento inesperado.

El viernes pasado tuvimos una reunión de cierre con la dirección de una empresa suiza que hace años fue adquirida por la empresa española para la que trabajo. Todos sabíamos que iba a ser un trabajo difícil, dado que sus muestras de menosprecio y actitud dominante hacia nuestra cultura fueron el pan de cada día durante las dos semanas que estuvimos trabajando con ellos. También sabíamos que nuestras recomendaciones no iban a ser bien aceptadas, y que en su caso optarían por ridiculizarlas una y otra vez. Todo apuntaba a que el conflicto estaba garantizado.

Cuando entramos en la sala de reuniones había unas 8 personas esperándonos. Les presidía el director general y a su lado se sentaba el director financiero. Tras la breve introducción de mi jefe, era yo la primera en exponer. No había acabado el primer punto y me encontré con dos discursos explicativos que aunque no contradecían mis argumentos, sirvieron para mostrarme su actitud defensiva. Añadí un par de aclaraciones con el ánimo de hacerles ver que tras aquel punto no había nada más que un mero comentario del trabajo realizado.

Según íbamos avanzando en la exposición, el director general iba adquiriendo un papel semejante a "Atila, el rey de los hunos", ridiculizando mis sugerencias y gesticulando de una manera un tanto desagradable y poco respetuosa. Personalmente me recordaba a un "troll". Por sorpresa mía, no me sentí ofendida ni herida ni atacada. Me sentía bien, incluso me daba un poco de "vergüenza" mirarle a la cara cuando hacía esas muecas que le desfiguraban la cara. Reconozco que en un momento me hizo gracia y todo.

Cuando sus lacayos le reian las gracias (no todos compartían su menosprecio), le miraba, y con un leve movimiento de cabeza y una sonrisa, le preguntaba si podía continuar. Para mi sorpresa, ese gesto me hizo coger mucha confianza en mí misma, porque en el fondo y ante los ojos de quien lo quisiera ver, la victoria era mía. Me acordé de Mahatma Gandhi y de sus victorias no comprendidas.

El resultado de aquel encuentro fue que no existió ningún conflicto, que dijimos todo lo que necesitábamos decir, y que nos despedimos de todos ellos dándoles mil gracias por su colaboración y paciencia, mientras ellos bajaban el telón de aquel circo sin público. Sin risas y sin aplausos. Mi jefe se enfadó con nosotros porque a sus ojos perdimos la batalla... Y yo aún me río de pensar en la lección de profesionalidad y de saber estar que les dimos, sí, los españoles a los suizos. 

 

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