La sonrisa de la inocencia

08.02.2015 16:52

Esta mañana he estado como casi todos los domingos prestando mi servicio de voluntariado en el hospital. Hacemos tratamientos de Reiki a los pacientes que así lo solicitan por escrito, y a los menores cuyos padres dan su autorización expresa.

La lista de pacientes para el día de hoy presentaba multitud de cambios de última hora. Algunos habían sido dados de alta; otros habían sido trasladados de planta; unos pocos desafortunados habían reingresado después de haber sido dados de alta recientemente. Casos así nos producen mucha tristeza, aunque el hecho de volver a ver a la persona también es grato por naturaleza. Lo más duro de esta situación es que la mayoría de nuestros pacientes son niños. Mi grupo de los domingos está asignado en su mayoría a tratar niños, incluidos los neonatos (prematuros).

Como cada domingo, el coordinador de nuestro grupo nos asignó la tarea por plantas, en función del número de voluntarios que estábamos para prestar el servicio, y los pacientes previstos en la lista. En esta ocasión a un compañero y a mí nos tocó tratar bebés y niños de entre seis y diez años, distribuidos a lo largo de dos plantas del hospital.

Los bebés emanan una energía muy fuerte de forma natural. Nada más poner las manos sobre su campo energético se percibe una fuerza de atracción sorprendente. Los bebés que lloran acaban por calmarse; los indicadores cardíacos, respiratorios y de oxigenación se estabilizan, y el ambiente se torna tranquilo. Normalmente se respira paz y tranquilidad. Cuando comienzan a moverse y a estar intranquilos, lo interpretamos como una señal de “ya tengo suficiente por hoy. Estoy cargado”. Entonces apartamos nuestras manos de sus cuerpecitos. Les sonreímos y nos vamos.

Hoy he conocido a dos niños de entre seis y nueve años que habían sido intervenidos por diferentes motivos. A la primera la operaron de apendicitis. Cuando entré en su habitación estaba dormida. Tenía el pelo rizado y oscuro recogido en un moño. Su cabeza ladeada reposaba en la almohada, mientras su madre estaba sentada a su derecha observando cómo los conductos de las sondas expulsaban los residuos de su cuerpo. Le pregunté, como es habitual, si le parecía bien que le hiciera Reiki en ese momento. La madre asintió con una sonrisa. Me puse de pie a la izquierda de la niña y sin querer tocarla comencé a tratarla. La miraba mientras dormía, y me cautivó su belleza. Era una niña preciosa. Su piel era oscura y tersa. Sus ojos parecían grandes y rasgados, bajo unas pestañas largas y onduladas. Apenas se le sentía la respiración. Me sentí algo aliviada al pensar que el motivo de su hospitalización era una apendicitis. En pocos días estaría recuperada y podría pasar página para siempre.

El segundo niño estaba dormido. La habitación estaba en penumbra. Cuando me acerqué a pedir permiso para tratarlo, su padre me recibió con pocas palabras asintiendo mi presencia. No quise despertarlo así que me puse al otro lado de la cama. Pude ver con claridad las cicatrices que tenía en la cabeza. Le habían rasurado el pelo para la intervención, así que era evidente la magnitud de aquella operación.

Observaba el bulto de su cuerpecito bajo la sábana blanca. Tenía las piernas recogidas y dormía de lado, mirando a su padre. Me enterneció darme cuenta de que no necesitaba abrir demasiado mis brazos para alcanzar su cuerpo entero, de pies a cabeza. Por un momento no era capaz de entender cómo un ángel podía estar enfermo. Sentí una fuerza de atracción muy intensa en mis manos. Aquel niño necesitaba buena energía, su cuerpo lo pedía a gritos. Apliqué también el tratamiento de la mirada en su cabecita llena de grapas.

Cuando sentí que ya era suficiente hice el gesto de retirar mis manos (no estaban en contacto con su cuerpo, guardaba una distancia de entre cinco y diez centímetros). Fue entonces cuando el niño se giró, en una sincronización perfecta con mis intenciones. Se giró para mirarme, con unos ojos enormes y preciosos. Yo me quedé mirándolo al mismo tiempo. Sin decirnos nada, él me dedicó una sonrisa y yo le correspondí. El padre nos observaba algo sorprendido y al mismo tiempo sonriente por la reacción de su hijo.

Sé que esa imagen me acompañará durante toda la vida. Ha sido un bonito regalo en el día de hoy.

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