Libertad emocional

31.12.2013 13:57

Cuando llegan las vacaciones de Navidad nuestra rutina se rompe. Aunque para algunas personas el reencuentro con sus familias no sea una novedad, para muchos de nosotros es una mezcla de ilusión, añoranza, resentimiento, cariño y compasión. Es como si los 350 días restantes del año estuviéramos conociéndonos a nosotros mismos, creciendo emocionalmente, tratando de ser mejores personas, de sentirnos felices con nuestras vidas, para que los últimos 15 días del año nos pongamos a prueba.

Llegado el momento creo que nadie triunfamos al 100%, pero hemos de quedarnos con lo positivo, con lo que sí hemos conseguido poner en práctica y triunfar. Si además hemos logrado ser contagiosos a lo largo del año, será un verdadero aliciente ver que hemos sido influyentes con las personas a las que hemos querido ayudar, sin que ellos mismos se den cuenta. Y es que cuando no se pide ayuda no se está preparado para recibirla.

A veces observo desde la distancia la relación que existe entre mi madre, mi padre y mi hermana. Años atrás yo era el cuarto vértice del cuadrado. Presencio su forma de comunicarse y vuelvo a entender muchas actitudes mías, las que traigo de la infancia y las que genero de forma reactiva. La parte mala es que no me gusta lo que siento, mi actitud, mi reacción dentro de ese entorno. Me siento nuevamente atrapada. Parece que todo lo que he avanzado los 350 días restantes multiplicados por los 11 años que llevo en la distancia, han servido de poco. Quiero pensar que no es así; no obstante, no me gusto cuando vuelvo a casa.

Algo tan natural en mí como sonreír o reirme por tonterías, parece un oasis en el desierto cuando estoy en familia. Cuando me sucede, me observo y trato de entender por qué me vuelvo tan seria. La respuesta es que no quiero volver a ser vulnerable, no quiero volver a entregarme, no quiero volver a entregarles el derecho a decidir sobre mí, no quiero volver a entregarles el derecho a exigirme cómo debo vivir mi vida o cómo debo demostrarles mis sentimientos. Porque ellos no saben de eso. Cada uno es responsable de su vida y tiene el pleno derecho a decidir sobre ella, asumiendo lo bueno como lo malo. Los padres no pueden exigir a los hijos la forma en la que deben sentir las emociones, lo mismo que las parejas no pueden exigirse un amor mutuo y la manera de demostrarlo.

Mi forma de sentir el amor es desde la libertad. Libertad no significa que no quiera compartir mi vida. Libertad significa que quiero compartirla sin lugar a dudas, desde el respeto, desde la comprensión, desde el apoyo incondicional, sin juicios, y sobretodo desde el amor sin condiciones, presente en cada instante de mi vida. Mi forma de vida no tiende precisamente a vivir dentro de una caja. Mi mente busca cambios, busca expansión, busca nuevos retos... y al contrario de lo que muchas personas puedan pensar, necesito el apoyo de un amor incondicional, precisamente más incondicional de lo que alcanzo a imaginar. Cuando las personas optamos por vivir una vida de crecimiento continuo, las caídas se vuelven frecuentes. Es en ese momento cuando necesitamos reconocer una mano incondicional a nuestro lado, mejor que cien manos con condiciones.

Dentro de apenas diez horas entramos en un nuevo año. Nunca he sido de pedir nada, porque nunca he sabido qué pedir. Esta vez sé lo que quiero y quiero pedir. Pido tener una mano incondicional a mi lado, que no me abandone cuando más la necesito. Que no me juzgue, que no me exija y que me respete. Y sobretodo, que esté dispuesta a compartir conmigo, día tras día, la aventura de la vida.

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