Los misterios del tiempo

27.08.2013 18:00

La primera vez que decidí escribir sobre el tiempo estaba sentada al lado de un estanque artificial, en un parque de Montjuic. Mis días de vacaciones se estaban agotando y al día siguiente retomaba la rutina del trabajo.

Sentía la paz que transmitía el sonido del agua al caer en forma de catarata. Buscaba un remanso de paz en mi mente con el propósito de observar mis emociones por los días que estaba dejando atrás, y por los que estaban a punto de llegar, cargados de incertidumbre.

Pensé en el pasar del tiempo y en el deterioro físico de las cosas. ¿Por qué las cosas se deterioraban? ¿Por qué los seres vivos envejecíamos? Si yo permaneciera allí sentada junto al estanque el resto mi vida, ¿qué pasaría? ¿Me levantaría con un cuerpo diferente y un rostro arrugado? Por un momento no entendía cómo algo tan simple podía ocurrir. No le encontraba sentido al hecho de envejecer, y tampoco al paso del tiempo.

Las cosas físicas se deterioran por la erosión. Esta erosión, como se observa en la naturaleza, es provocada por el aire, el agua, el fuego, la tierra… o cualquier otro tipo de roce con el objeto físico. Si no existiera un roce con algo no habría erosión, así que los objetos físicos permanecerían intactos, nuevos como el primer día.

¿Y los seres vivos? Nuestro cuerpo físico también está en contacto con el aire, con el agua, con el calor, con el frío, incluso con los tejidos de nuestra ropa. Si a esto le sumamos nuestra propia actividad física, como la expresión facial cuando reímos, lloramos, hablamos… nuestra piel se va agrietando. Es totalmente lógico y comprensible.

Por otra parte, nuestros órganos se van desgastando como una bombilla que se funde al ser encendida y apagada continuamente. Los científicos comunistas sabían perfectamente que una bombilla nunca se fundía si nunca la apagábamos… El uso y el no uso continuos también deterioran nuestros órganos. Si el corazón no necesitara tener una actividad tan violenta de contracción y expansión para absorber y expulsar la sangre, creo que jamás se desgastaría. Esto significaría que podríamos vivir eternamente salvo que sufriéramos alguna enfermedad, accidente o algún otro “ataque” externo.

¿Entonces qué pasa con el tiempo? El tiempo no existe. Es la invención del ser humano para medir el desgaste de los cuerpos físicos, pero en realidad el tiempo no hace que seamos viejos, como tampoco hace que las montañas se redondeen.

Cuando alguien nos dice su edad, en seguida nos viene a la mente el grado de “desgaste” que debe tener esa persona, es decir, lo vieja o lo joven que debe parecer. Si a lo largo de nuestra vida nos exponemos a condiciones ambientales adversas, nuestro deterioro será mayor al esperado… y viceversa.

Obviamente esta teoría es muy simplista y puede ser fácilmente refutada por cualquier persona con un mínimo de curiosidad y criterio. Lo que es incuestionable es que el tiempo en sí mismo no existe, así que si conseguimos entender la vida en términos de “no tiempo” y nos envolvemos en la nada que nos rodea, estaremos un poquito más cerca del ser, de la existencia pura, del universo, de la inmensidad del infinito. Y ese hecho sí que es irrefutable.
 

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