Mi "amanecer" lunar

12.11.2014 15:56

Desde hace casi cuatro meses, me he habituado cada noche después de cenar, a reservar un espacio para el Reiki y la meditación. Me considero afortunada al ser consciente del privilegio que me otorga disfrutar de este momento, el más constructivo y satisfactorio del día.

Sentada en el sofá, a veces en posición de flor de loto, otras veces con las piernas estiradas sobre un taburete, miro cómo la luz de las farolas de la calle esquiva el extremo de la cortina y atraviesa el cristal de la ventana. Observo el haz de luz cruzar mi campo visual, y cómo descansa finalmente sobre mi búho de metal. Comienza la sesión, bajo la luz de las velas y con un aire impregnado de incienso. Centro mi atención en el búho iluminado, como si fuera un objetivo perfecto. Inevitablemente me invade un pensamiento sobre los rayos del astro rey dirigiéndose al tercer ojo del faraón.

En ese preciso instante llega el momento mágico. El tiempo se para; la imagen que observo cobra una presencia única y absoluta. Siento la fuerza del ahora, paradójicamente infinito en todos los espacios medibles. El sentimiento de paz y calma que respiro es incomparable a otra sensación más cotidiana. Es justo en ese momento cuando pienso que la vida merece la pena ser vivida, y doy gracias por esa experiencia tan efímera como rebosante de dicha.

Comienzo con unas técnicas sencillas de meditación. Dependiendo de lo cargado que ha resultado el día (emocionalmente hablando), me decanto por una u otra técnica. Trato de visualizar la esfera solar sobre mi coronilla. La luz de la vela ayuda a que esto sea posible. No obstante, me atrae otra imagen en mi mente: la luna “amaneciendo” al atardecer sobre el horizonte oscuro del mar.

Me encantaría que la luna “amaneciera” por la noche al igual que el sol amanece por la mañana. Una luna inmensa, asomándose temerosa sobre la línea del horizonte, mientras su color se vuelve cada vez más intenso, más brillante. La grandeza modesta de un ser destinado a ser poderoso, sin apenas saberlo. Observo su cuerpo perfecto; la perfección geométrica de la creación. Un misterio a los cuatro vientos que aún está por ser desvelado.

Al acabar la meditación decido retener la imagen huidiza de ese “amanecer” lunar. Enseguida mi hemisferio izquierdo se reactiva y me hace pensar que un fenómeno tal no será posible mientras la Luna siga girando alrededor de la Tierra (“¿No me digas?”-piensa mi hemisferio derecho). No me parecería mal que la Luna tuviera su trono en el centro de nuestro Universo, pero de alguna manera en el lado opuesto al Sol, y pudiéramos así disfrutar cada atardecer, de los maravillosos amaneceres lunares.

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