Abril… dulce mes de Abril. Tal vez porque se aproxima mi cumpleaños o tal vez porque la primavera hace que nos mostremos al sol, que nos hagamos públicos, que nos relacionemos, que organicemos planes para cada fin de semana soleado…, o simplemente por todo ello, mi estómago me está avisando que debo salir de mi zona de confort.
El estómago siempre ha sido mi punto débil. Recuerdo cuando era pequeña, se puso de moda en boca de los médicos que los niños debíamos tomar un zumo de naranja natural para desayunar cada día. Mi abuela cada mañana antes de las siete nos traía a mi hermana y a mí un gran vaso de zumo de naranja recién exprimido. Creo que el tercer día no pude más. Era como si mi estómago se desgarrara. Mi hermana continuó durante años como una campeona, pero yo siempre fui físicamente débil así que allí lo dejé.
Siendo aún más pequeña, las mañanas en las que me tocaba “piscina” en el colegio, mi estómago me comenzaba a doler de una manera terrible. Aquel dolor era real, hasta el punto de que en más de una ocasión mi madre tuvo que llamar al doctor. Él siempre decía que el motivo era que me estaba haciendo mayor. Yo sabía cuál era el motivo, aunque no era intencionado y de hecho me sentía muy mal conmigo misma por ser tan cobarde.
La piscina me encantaba pero el profesor era un tirano. No nos daba respiro. Acabábamos de hacer un largo, salíamos del agua corriendo para incorporarnos a nuestras filas y volver a saltar para hacer otro largo… así sin parar durante una hora. Recuerdo algunos compañeros que no podían nadar más del cansancio, y en medio de la piscina se rendían. Era tan profunda que alguna vez pensé que alguien podía ahogarse en esos momentos de cansancio y rendición. Sin embargo, el tirano del profesor cogía una barra larga de hierro, se la acercaba al compañero que se estaba ahogando y cuando éste trataba de agarrarla para llegar a la orilla, él lo empujaba al centro de la piscina y le retiraba la barra. Por supuesto todo esto acompañado de gritos e insultos humillantes al son de las carcajadas del resto de los niños. Yo nunca me vi en esa situación, pero físicamente lo sufría tanto que pensé que algún día también iba a tener que rendirme por pérdida de conocimiento, no por voluntad propia.
Dentro de un par de semanas cumplo treinta y ocho años. Todavía sigo escuchando a mi estómago. A veces los mensajes no son tan claros como cuando me tocaba ir a la piscina, pero con el tiempo aprendes a interpretarlos. Mi primera lectura es: “no estoy cómoda, algo me preocupa en estos momentos”. “Estoy haciendo algo que no quiero hacer”, o “no estoy haciendo algo que quiero hacer”. A partir de ahí… a investigar. Esta semana me he acostado tres veces con la barriga hinchadísima y con unos retortijones insostenibles. Después de hacerme reiki durante media hora conseguía relajarme profundamente y aprovechaba para dormir. Por la mañana me despertaba como una rosa. ¿Pero qué le pasa ahora a mi estómago? Me paso todo el día con el botón del pantalón desabrochado para no presionar mi panza. Cuando se pone tan delicado no hay quien le toque.
He llegado a la conclusión de que siempre es el mes de Abril. El mes de mi cumpleaños, el mes de las primeras escapadas primaverales, de aquellos recuerdos imborrables que marcaron una época preciosa en mi vida. Algunas personas ven que mantener recuerdos bonitos es una suerte, pero personalmente tengo mis discrepancias. En ocasiones los recuerdos bonitos pueden torturarnos más que los malos recuerdos. De alguna manera los malos recuerdos hacen que no añores nada, y que te sientas agradecida por haber pasado página. No obstante, cuando nos invaden los recuerdos bonitos, inevitablemente nos ponemos tristes. Tal vez no querríamos volver a vivir la experiencia pasada, pero hay algo de todo aquello que añoramos y que ahora no tenemos. Esa “falta” es la nos puede doler. Y la expresión de “que me quiten lo bailado” a mí no me sirve.
Luego está la capacidad de cada persona para recordar. En mi caso es algo exagerado. He llegado a pensar que tengo algún trastorno neurológico que no me permite olvidar los detalles. Me acuerdo de las cosas que nadie se acuerda… y eso sería maravilloso si fuera compartido, pero no es así. “¿Te acuerdas cuando fuimos a… y paseamos por… y me dijiste que…?” “No”. La respuesta habitual es “no, no me acuerdo”. Y eso es muy frustrante. Ahora he dejado de “prestar atención” a algunas situaciones personales, a ver si así los recuerdos se equiparan y el futuro es más piadoso conmigo. Algún día me encontraré con alguien como yo y entonces detectaré su frustración en la cara cuando me oiga decir “no, no me acuerdo cariño. De hecho sólo me acuerdo de ti de vez en cuando… cariño”. (Me río).
Creo que sólo entonces sabré que he encontrado a mi compañero de vida.
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