Por un mundo ético

19.06.2016 21:53

Soy fiel seguidora de la teoría de "la navaja de Ockham". Según este principio, en igualdad de condiciones la teoría más simple es probablemente la correcta. Cuando nos atosigamos con tanta información, detalles, explicaciones, palabras... no debemos olvidar este principio. Para aplicarlo basta con que cerremos los ojos, rebobinemos hasta el inicio de la situación y volvamos a revisar las condiciones. A esto le llamo yo "salir del problema para verlo con perspectiva".

Estos días pensaba en por qué cada vez había más personas afectadas por el cáncer. He leído multitud de artículos y visto conferencias en relación a los diferentes argumentos que sostienen tal infeliz evidencia. La última ponencia trataba sobre la resistencia a los antibióticos. La autora sostenía que hasta la era de la penicilina la mayoría de las personas fallecían por infecciones contraídas de la manera más cotidiana. Por aquel entonces no existían los antibióticos, por lo que una mísera herida podía acabar con la vida de cualquiera. Según la misma autora, era poco probable que la población se muriera de cáncer ya que no llegaban a vivir tanto como para tener el "privilegio" de contraer una enfermedad propia de sociedades científicamente avanzadas.

Desde la primera comercialización de los antibióticos las personas hemos podido burlar a la muerte una y otra vez. El problema es que nuestros organismos cada vez se van haciendo más resistentes a los antibióticos, fácilmente se adaptan a sus patrones y logran ser insensibles a sus efectos. Sorprendentemente en un término de dos años los antibióticos que en un inicio funcionaban pasan a quedarse "obsoletos" y las empresas farmacéuticas investigan para desarrollar nuevos antibióticos cada vez más complejos. Lo que desconoce la gran mayoría de la población es que cuantos más antibióticos consumamos más rápidamente se desvelan sus secretos en nuestro organismo, hasta llegar a un punto en el que nuestro cuerpo no responderá ante ninguno de ellos cuando realmente los necesitemos. Se requieren alrededor de siete años para investigar, desarrollar y comercializar un nuevo antibiótico; nuestro organismo lo descifra y se vuelve resistente en cuestión de meses (todo depende del grado de consumo).

¿Cuál es la solución? Consumir antibióticos sólo en caso de necesidad imperiosa. No abusar de ellos y mucho menos automedicarnos pensando que si un día funcionaron para una dolencia, infección o malestar, esta vez también funcionarán para la misma situación o similar. Pero esto no es suficiente. Y aquí viene la respuesta única y verdadera al problema actual del cáncer. ¿Qué comemos? ¿Sabemos lo que comemos? Mientras no vivamos en una isla desierta y nos alimentemos exclusivamente de lo que nuestras manos cazan, recolectan y cocinan... sabiendo que no vienen de un entorno contaminado... os aseguro que no tenemos ni idea de lo que comemos. Detrás de lo que nos llevamos a la boca se esconde uno de los grandes negocios del mundo capitalista, al igual que lo que se esconde detrás de los antibióticos que necesitamos consumir para curarnos de las enfermedades desarrolladas gracias a lo que comemos.

Personalmente me siento atrapada en un mundo de "tontos" ambiciosos, avaros y egotistas que por su ridícula pequeñez e ignorancia en las cuestiones de la vida, y arropados por sus infalibles cualidades sociales, manipuladoras, de ansias de poder y satisfacción material, nos arrastran irremediablemente a un juego con final infeliz, en el que nadie está dispuesto a enmendar los daños causados y de prevenir los venideros renunciando a su necedad.

El pastel es muy suculento y está bien repartido entre los que nos ofrecen un terrón de azúcar haciéndonos creer que es un diamante en bruto que cura todos nuestros males. Los "tontos" ambiciosos, avaros y egotistas han sabido mantenernos a raya sentados como espectadores conformistas ante una proyección manipulada que nada tiene que ver con la película original. Nos venden palomitas de cicuta, ponen a nuestra disposición baños a un euro por si nos encontramos mal y nos asignan a un joven de buen ver atento y amable para que nos pregunte cada cinco minutos si necesitamos algo más.

Como consecuencia de todo este caos global vamos escuchando "trocitos" de verdad a los que algunas personas van aferrándose para buscar el sentido de sus vidas y un objetivo por el que luchar. Verdades parciales llevadas al extremo crean mentiras completas, historias entremecedoras, dogmas y sinsentidos, sencillamente porque nadie es capaz de explicarlas como son. Cada uno se queda con el trocito de verdad que le interesa, lo adorna y lo publicita con el fin de formar un ejército para su batalla particular. Al final de la historia todos formamos parte de diferentes ejércitos que luchamos unos contra otros sin conocer el motivo real de la guerra. Nos dejamos la piel en el campo de batalla y nos consideramos afortunados si nos fulminan con un tiro en la sien en lugar de arrastrarnos de sufrimiento.

Mientras tanto a unos metros de las trincheras los fogones trabajan incesantemente para alimentar a los que no luchan por los "trocitos" de verdad, sino a los que saben la verdad y a pesar de ello prefieren ignorarla a cambio de un trocito de pastel. Paradójicamente morirán igual que el resto.

No malgastemos nuestras energías en tratar de cambiar lo que no podemos cambiar. Esforcémonos por estar informados, seamos curiosos en conocer la procedencia de nuestra alimentación, eduquémonos mutuamente para incentivar lo ecológico y saludable, castiguemos el negocio que no se sostiene por principios éticos. Si conseguimos concienciarnos y sensibilizarnos del origen de las cosas, no sólo estaremos erradicando el uso de productos químicos perjudiciales para nuestra salud, sino que estaremos erradicando el maltrato animal, el crecimiento insostenible, la injusticia de la pobreza, el tráfico de mujeres, de niños, de órganos, de drogas, de armas. Estaremos dejando sin mercado a todo aquello que no tiene cabida en un mundo ético... y de paso contribuiremos a nuestra salud.

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