Está a punto de empezar a llover. Dudaba entre coger la bicicleta para dar un paseo e irme con mi portátil a un café que hay cerca de casa. Nunca me ha gustado planificar, ni siquiera lo que haré al día siguiente. En una época de mi vida me agobiaba por tenerlo todo atado y perfectamente planificado, hasta que me di cuenta de que eso era precisamente lo que me agobiaba. Saber exactamente todo lo que iba a hacer.
Llevo unos seis años sin planificar mi día a día, mientras pienso: “Ya vendrá lo que tenga que venir, y entonces nos veremos las caras. Mientras tanto aquí estoy yo…”. Esto no significa que viva dando tumbos, sin iniciativa y sin decidir nada. Al contrario. Tengo mis objetivos a corto, medio y largo plazo. Lo que está en medio trato de disfrutarlo tal cual llega, por supuesto, la mayoría de las veces como consecuencia de mis actos.
Como mujer que soy, he llegado a la conclusión de que cada mes hay una semana en la que nuestras hormonas invaden nuestro cuerpo y se hacen con el control de la nave. Juro por Dios que durante esos días no soy yo, son mis hormonas las que han tomado mi cuerpo, y por lo tanto son los únicos responsables de mis actos y mis pensamientos. Durante esos días es mejor ir al gimnasio a machacarnos un poco, dar largos paseos para acallar nuestros pensamientos y ver películas que tengan el arte de sacarnos la risa floja. Fuera de estas tres cosas, creo que nada será bienvenido, y nuestra respuesta será una coz. En mi intento de ser creativa (otra muy buena opción para mantener mi mente ocupada), me he dado cuenta de que es una tarea demasiado sofisticada para nuestro estado “básico” y “animal” de esos días, así que lo único que consigo es frustrarme. Ayer fui al gimnasio y después vi una película (sólo me faltaron las palomitas y la cerveza). Asunto resuelto.
Acaba de empezar a llover. Hoy tendré la excusa perfecta para quedarme en casa sin que me remuerda la conciencia y hacer el ganso. Si la intensidad de mis hormonas baja, haré el intento de componer una nueva canción, y de bailar bajo la luz de las velas y una humareda de incienso. Cenaré nachos con guacamole y una coronita, y a ver si echan alguna película para partirme de risa.
Según la vida va pasando cada vez me sorprende más. La mayoría de las personas piensan que somos víctimas de un ser superior que dicta nuestras vidas, nos premia y nos castiga, pero no es verdad. El ser superior eres tú, tu subconsciente. Tú decides tu premio y tu castigo, nadie más. Sin embargo sí somos víctimas de la naturaleza. Tanto las mujeres y los hombres tenemos una estructura cerebral diseñada específicamente con unas habilidades “de fábrica” y unas necesidades preestablecidas, que en la era actual se contradicen con nuestra moralidad.
Ayer acabé de leer un libro que hablaba de por qué las mujeres y los hombres somos tan diferentes y no nos entendemos. Sé que el objetivo del libro es transmitirnos los motivos por los que en multitud de ocasiones nos culpamos uno al otro y acabamos mandando al traste nuestra relación de pareja, cuando en realidad podríamos solucionarlo de otra manera al conocer nuestras distintas naturalezas. El impacto que ha causado en mí este libro, es la convicción de que las relaciones entre hombres y mujeres no pueden ser para siempre. Y eso me resulta profundamente triste. La cuestión es que la necesidad de buscar fuera no es algo intencionado, sino una necesidad natural… y eso es como la indiferencia frente al odio, mil veces más dolorosa.
Me imagino que como todo en la vida, las estructuras cerebrales de las mujeres y de los hombres también deben tener excepciones, y a lo largo del tiempo, también experimentarán una evolución hacia las necesidades actuales de los seres humanos (ya no somos unos cavernícolas donde la mujer sólo requiere habilidades para cuidar de su familia y el hombre para cazar). El ser humano actual necesita vivir en armonía consigo mismo y probablemente con un compañero/a de vida. Esa es la situación actual. Todos necesitamos compartir nuestra vida con alguien para quien somos especiales, y transmitirle a su vez que él/ella también es especial para nosotros.
¿De verdad que no seremos capaces de lograrlo? ¿O es que nos ha tocado vivir en una época de transición en la que nuestra realidad ha cambiado en poco tiempo mientras que nuestra naturaleza va adaptándose lentamente? Tal vez las generaciones actuales de entre 20 y 60 años estemos viviendo una plena desconexión entre nuestra naturaleza cavernícola y nuestras necesidades actuales. Si mi teoría es cierta (y desde mi modesta opinión lo es) nos tocará vivir una vida emocionalmente complicada y frustrante, con muchas rupturas de pareja y muchos traumas. Esto será una bola de fuego para nuestras vidas futuras. Con tanto trauma en el pasado, tendremos que buscar mucho cariño en los seres que serán nuestras parejas, así que se da por supuesto que nuestras estructuras cerebrales deberán ser más compatibles para entonces.
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