Zorionak aitxitxe

20.12.2014 12:39

Esta mañana me he despertado entre imágenes y sensaciones, como cada mañana. Había tenido un sueño complicado. Me encontraba con mi ex novio por la calle y éste venía a saludarme. No sé cómo se desarrolló la conversación, pero finalmente la cuestión es que él estaba muy enfermo (tenía una enfermedad de transmisión sexual) y quería matarme. Esto sólo es un resumen del sueño, ya que prefiero ahorrarme la parte de las persecuciones y las tonterías que me decía para atraparme. Tras un cariñoso análisis del sueño, he llegado a la conclusión de que en mi inconsciente siento una total desconfianza hacia esta persona en todos los niveles que puede abarcar un ser humano. En fin, me imagino que por eso es mi ex.


Me he acordado de la foto de mi aitxitxe (abuelo). Mi tío nos había enviado a todos los sobrinos la foto de cuando él era pequeño y estaba con su padre, mi aitxitxe. El parecido de ambos era sorprendente. Me he quedado un rato mirando la foto y he podido observar la cicatriz de bala que tenía en la frente. ¡Hacía tanto tiempo que no observaba los detalles de su rostro! Pensaba que su recuerdo estaba muy presente en mi vida, pero con esta foto me he dado cuenta de que de alguna manera, ya había comenzado a olvidarme de él. Ayer cumplió 100 preciosos años.


Mientras desayunaba venían a mi mente los momentos que compartía con él. Me esperaba a la salida del colegio y como a veces no le veía a la distancia, sentía su suave silbido que me decía que ahí estaba, esperándome. Ahora pienso cómo era posible que él pudiera distinguirme entre tantos niños. Normalmente las personas mayores no ven tan bien. Me imagino que cuando eres niño y los abuelos sienten la imperiosa necesidad de protegerte, son capaces de ver más allá de sus posibilidades.


Los sábados por la mañana le veía salir de casa, muy abrigado, jersey sobre jersey, y con una chaqueta de cuadros verdes. Iba a la cafetería del club deportivo que había cerca de casa y también al lado del colegio. Yo me quedaba observándolo mientras salía por la gran puerta verde de casa. Muchas veces me acercaba a la cafetería para estar con él antes de venirnos juntos a casa. Allí estaba, sentado en la mesa de siempre, leyendo el periódico y con el bolígrafo en la mano. Posiblemente ya había resuelto el jeroglífico y se encontraba acabando el autodefinido.


Cuando me veía llegar soltaba un saludo de sorpresa acompañado de una risa muy característica de él. En seguida me decía que pidiera algo para comer (un triángulo o una palmera de chocolate, etc.), y aprovechaba para decirles a todos que su nieta había llegado. Me mostraba el jeroglífico y esperaba que lo resolviera. No tenía ninguna duda de que “su nieta  favorita” lo pudiera resolver. Mientras mi mente hacía todo lo posible por dar con la solución, él me miraba entre risas, y si tardaba más de lo debido, comenzaba a chincharme, diciéndome que estaba perdiendo mis facultades. ¡Me irritaba tanto que me dijera eso! Muchas veces he reflexionado sobre aquel sentimiento que me producían sus palabras. Tenía tanto miedo de decepcionarlo… Él consideraba que yo era una niña especial, pero esta condición tenía que ganármela cada día. Nunca era suficiente.


Normalmente resolvía el jeroglífico. En ese momento se montaba la fiesta. Alardeaba de mí durante un largo tiempo, llegando a humillar a algunos de los presentes, dependiendo de si existía o no algún resentimiento no solucionado entre ellos. Si aparecía algún profesor de mi colegio en la cafetería, no le quedaba otro remedio que oír los reproches de mi aitxitxe. Con total certeza acabaría diciéndole que su nieta era mucho más lista que todos ellos, mientras les insinuaba entre risas que eran una pandilla de incompetentes.


Personalmente me hacía mucha gracia. He de decir que mi aitxitxe siempre fue mi ídolo. Creo que por eso jamás fui capaz de idolatrar a nadie más. Su facilidad de palabra, sus ocurrencias, su avispada inteligencia… era todo un arte. A veces lo empleaba con fines crueles, pero aun así era un arte. El arte de la palabra.


Hoy en día sigo identificándome con él en el sentido de que disfrutaba de los buenos discursos. Cuando sentía que su discurso estaba resultando aplastante, crecía más y más, se enorgullecía de su arte, y yo sé que para él esos momentos eran de pura iluminación. Por otra parte le encantaba la música clásica, el violín y el piano. Le encantaba la historia. Pasaba un par de horas después de comer leyendo los tomos de la enciclopedia, día tras día, desde la “A” a la “Z”. Después vuelta a empezar. Así transcurrieron la mayoría de las tardes de sus últimos años.


Le encantaban los números. Era un hacha con las ecuaciones matemáticas, las integrales, las matrices y con todo lo que mi hermana y yo estábamos estudiando en cada momento. Le encantaba la física. Le recuerdo resolviendo nuestras tareas de fuerzas, gravedades, potencias y demás historias, incluyendo garabatos que le ayudaban a buscar soluciones alternativas. En ocasiones nos enseñaba a resolver los problemas de una manera distinta a la que nos enseñaban los profesores, y después los dejaba en evidencia en la cafetería del club deportivo.


Sin duda alguna era mi ídolo. Con el tiempo me he dado cuenta de que sus inquietudes y las mías son muy similares. Tal vez él destacaba en cuestiones de historia y literatura, y yo me decanté por la música e idiomas. Aun así reconozco sus pasiones en mí, y puedo decir que finalmente desembocamos en la misma vida profesional: el mundo de la empresa. ¡Tan lejos de nuestras pasiones! Cuando murió sólo tenía 13 años, así que no se me ocurrió preguntarle si se sentía satisfecho con su vida. En mi humilde opinión y teniendo en cuenta que su mente funcionaba de forma idéntica a la mía, me atrevo a decir que debió sentir una importante frustración que no logró resolver. Tal vez por eso fue tan dañino con la palabra, y al mismo tiempo tan exigente conmigo.


Ayer cumplió 100 años: 13 conmigo y 25 al otro lado. A pesar de la distancia dimensional que nos separa me siento una parte muy importante de él. Sé que en su mundo yo era muy especial, y que tal vez las personas que tanto hablan de él no lo sepan, pero yo lo sé y eso me sobra. Zorionak aitxitxe.

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